Comentario
La junta que se hizo de pilotos, y lo que en ella paso, y prisión del piloto mayor
A veinte y cinco de marzo, víspera de Pascua, el piloto mayor dijo en público que se hallaba del Callao distancia de dos mil doscientas y veinte leguas, y que lo decía así por lo que podía suceder. Por esto, y porque en razón del viaje había en algunos desasosiego y diversos pareces, luego al punto el capitán hizo poner en la gavia mayor una bandera, señal que llamaba a consejo, para por este medio satisfacer y aquietar la gente poco gustosa de lo que oyeron decir al piloto, que los debía animar. Llegáronse los dos navíos y en sus barcas vinieron a la capitana el almirante Luis Vaez de Torres y Juan Bernardo de Fuentidueña, y de la zabra el capitán della Pedro Bernal Cermeño, todos tres pilotos. Estando juntos con el piloto mayor y su acompañado Gaspar González, sin haber causa conocida, el piloto mayor se subió a la toldilla, mostrándose muy sentido; cosa que a todos pareció bien nueva y bien mal. El capitán lo llamó, y venido, dijo a todos desta manera:
--Esta junta he hecho, para que cada uno diga en público las leguas que le parece estar del puerto del Callao, juntamente lo que siente en razón del no haberse hallado la isla de Santa Cruz, habiendo venido en su demanda navegando por su paralelo. Advierto que es grande y no baja, y que tiene cerca un volcán tan alto, que se puede ver a más de cuarenta leguas, y que dista de Lima mil ochocientas y cincuenta.--Esto dicho, los pilotos mostraron todos sus cartas y sus puntos, que por ser estimativos había grandes diferencias, en especial en el punto del piloto mayor por serlo de dos mil y trescientas leguas poco más o menos, y en el punto del capitán Bernal porque iba más adelante. El almirante dijo que se hallaba dos mil leguas, y que podría ser haber corrientes que detuviesen la nao, o haber juzgado más camino del que realmente anduvo, o estar la isla de Santa Cruz más lejos de Lima que en la carta se mostraba, y otras causas que de presente no se podían alcanzar; mas que si por aquella altura caminaba lo que restaba del año sin ver la buscada isla, entendería no haber pasado della. Deste mismo parecer fue el piloto Juan Bernardo de Fuentidueña, cuyo punto y el de su contramaestre y otros no estaban tan adelante como los referidos.
Queriendo el piloto mayor, con razones que daba, hacer creer que su punto era el bueno, le dijo el capitán mirase como de hacia el Norte venían muy hinchadas y muy espaciosas olas; señal cierta de que estábamos mucho más al Oriente de lo que he dicho; porque si estuviéramos tan al Poniente como decía, quedaba a la parte del Norte todo lo que es Nueva Guinea y Filipinas, y así no había lugar de venir tan grandes olas como aquellas que con el dedo le mostraba. Y diciendo el piloto mayor que había noventa y cuatro días que se navegaba, le dijo el capitán que el viaje pasado se vido la isla de Santa Cruz en sesenta y nueve días, y que aunque era verdad haber más días que se navegaba ahora, que también lo era que muchas noches habían estado de mar al través con las naos, y que otras muchas se había navegado con solo el trinquete o con la cebadera, y que en todas las islas ahora vistas se habían gastado días enteros, y partes dellos en buscar puerto, y que casi todo el mes de marzo, en que estábamos, había sido de calmas y de pocos vientos; y que no habían faltado en otros tercios del viaje bonanzas y contrastes y otros gastos de tiempo, que reducido a singladuras enteras venían a ser sesenta y cuatro, y que sesenta y nueve a su cuenta faltaban cinco para igualar los dos viajes; y que él mismo había pesado el sol en la isla de Santa Cruz y estaba cierto de ser su altura de diez grados y un tercio, y de que no quedaba atrás y estaba adelante.
Luego el piloto mayor mostró en su carta la derrota que en ella puso desde el Callao hasta los veinte y seis grados a que los navíos subieron, que venía a ser casi por el Oeste cuarta del Sudueste; y al parecer éste debió de ser su mayor engaño, pues multiplicaba grados por el Oessudueste, que es por donde se le mandó navegar, y daba la derrota por la cuarta, que es lo mismo que por ella y por la altura, habiendo de ser para más certeza, por las leguas estimadas y por la altura conocida: no advirtiendo los imposibles que hay para determinar distancias en camino de Leste Oeste y sus dos cuartas, y juntamente la variación de aguja, abatimiento de mares más y menos, vientos y velas y otros resguardos, y cuentas necesarias saberlas bien hacer para señalar en la carta el punto más llegado a la verdad; y que aquélla no era la navegación que él solfa hacer y se hace de Panamá, o de Acapulco al Callao costa a costa, y cuando se apartan della, es poco, y aunque sea mucho es grande y conocida la tierra que van a buscar, la cual, si no se halla en un día, vese en otro, y si no se da a donde se pretende, dase a donde se conoce y se hallan los puertos buscados.
Hecha, pues, la cuenta de todo lo dicho y regulado a lo que después se halló cuando se vino al puerto de Acapulco, se hallaron de yerro seiscientas leguas, como se podrán mostrar cuando se pidan. Estas y otras razones dio el capitán a todos, y algunas al piloto mayor que, turbado, se subió segunda vez a su toldilla, y dijo della que venía sirviendo al Rey sin ganar sueldo, y había trabajado mucho en el despacho de los navíos, y otros cargos hizo; a todos los cuales el capitán le dijo, que todos los presentes sabían cómo sin conocerle ni deberte nada, ni haberle menester, más de sólo para hacerle el bien que él mismo así no se pudo hacer a fin de obligarlo, y más viéndolo por su enfermedad imposibilitado de poder asistir. Finalmente, el piloto mayor se mostró ingrato, y el capitán dijo a esto, bastaba serlo para no se le hacer increíble cuanto dél le habían dicho, y para no esperar más de su ánimo obras que bien estuviesen al caso. En suma, en la nao se decía que había quien deseaba que no se descubriesen tierras ni en nada se acertase, y el capitán vio parte de cosas, y obligado de todas, dijo al almirante que llevase preso al piloto mayor. Luego le fue dicho al capitán que estaba la nao revuelta, por lo que dijo en público: --¿Hay quien le pese, siendo servicio Real, que yo eche desta nao al piloto mayor?: y al uno que habló en su favor mandó callar, diciéndole que bien sabía que un día atrás te había dicho lo contrario.
Con la salida del piloto mayor quedaron todos sus amigos muy sentidos y la nao sin aquellas libertades y alborotos que había habido hasta aquel día.
Luego el capitán dijo a Pedro Bernal Cermeño, convenía quedase haciendo oficio de piloto mayor, para lo que fue por su ropa a la zabra; cuya gente se mostró tan inquieta, que no bastando exhortarlos el capitán, le fue fuerza amenazarlos. Con lo cual se aquietaron al parecer, y quedó por cabo della un Gaspar González Gómez, hombre honrado y buen piloto, y el mayor se vino a la capitana.
Y luego al punto el capitán hizo guarnir un motón en el penol, y echar un bando, y de allí adelante vivió con el cuidado que le parecía deber a tan ruines muestras, y dijo: --¿Por qué malas obras que yo haya hecho, voy vendido en esta nao de algunos a quien tantas buenas hice y deseo hacer?: y el grande engaño suyo, pues de Lima no había querido traer cepos, grillos ni cadenas, entendiendo obligar a fiel trato el bueno que había hecho. Y cuando el capitán estaba ya en Madrid, le fue a ver un fray Andrés de San Vicente, dominico, y le dijo que navegando con el piloto mayor de Terranate a Malaca, perdió el navío en que iba, por lo que, y la culpa que los pasajeros le daban y aprieto en que le pusieron, dijo: --¡Oh, capitán Quirós, tú tienes la culpa desto, porque no me castigaste por la ocasión que te di, a que no dio lugar tu piedad!
No faltaba en la nao quien del concierto della se cansaba, y rogaba al capitán dejase jugar de poco, y que los baratos se aplicasen para las almas del purgatorio. Mas el capitán dijo a esto muchas veces, le dejasen salir con obra tan nueva y tan buena cuanto lo era el no jugar ni jurar, y más habiendo dicho que sus padres no pudieran hacer más que estorbarles no perdiesen sus haciendas: y que cuanto a la limosna ofrecida por baratos, no quería por sacar un alma del purgatorio que ya estaba en el camino del cielo, meter la suya y las de otros en el infierno, y que mucho mejor sería diesen sin jugar lo que habían de dar jugando; y que para gasto de tiempo tenía muy buenos libros, quien enseñase a leer, escribir, y contar a los que no lo sabían; maestro de armas, y espadas negras, soldados prácticos para adiestrar los bisoños, y quien mostrase el arte de fortificación y de artillería, esfera y navegación; y que esto les convenía más que no jugar su dinero.